Sutilmente, la discusión política gira cada vez menos en torno a izquierda versus derecha, y crecientemente entre autoritarismo y populismo. Es decir, la democracia liberal como la conocemos está en tela de juicio. Es entendible, un sistema político diseñado hace más de doscientos años bajo un paradigma social y tecnológico absolutamente diferente no ha sido capaz de actualizarse.  

En una sociedad cada vez más globalizada e integrada culturalmente, los mecanismos para la resolución de conflictos y participación ciudadana que ofrece la democracia tradicional no dan abasto. La instantaneidad que trajo la revolución tecnológica ha terminado por cambiar nuestros patrones sociales y expectativas; desde un menor sentido de pertenecía nacional, hasta temas valóricos. Aun así, el diseño institucional sigue inspirándose en Francia del siglo XVI. 

Sin prisa, pero sin pausa, el valor de la democracia representativa es cada vez más incomprendido, y, por lo tanto, pierde prestigio. Lo mismo con la deliberación en sí, no solo para resolver diferencias, sino que para elaborar mejores soluciones. Por lo tanto, el sistema democrático liberal pierde legitimidad en la población, y esta se lo entrega al peligroso efectivísimo de autócratas o la irresponsable participación populista. 

¿Son el efectivísimo o la participación malos per-se? Por supuesto que no. Son valores y características fundamentales de un orden político saludable. Sin embargo, son los talones de Aquiles donde la democracia no ha sabido actualizarse.  

Por un lado, el actual diseño político no genera los incentivos para ponerse de acuerdo y resolver a tiempo los problemas. Veinte años de discusión legislativa sobre pensiones no nos habla mal de un parlamentario en particular, sino de un mal diseño institucional y reglas del juego. Es como un partido de futbol donde los jugadores terminar infartados porque el partido nunca termina, o un sistema de transito con innumerables accidentes por no revisar quienes están autorizados a manejar. La población cansada de innumerables choques y paupérrimos partidos empieza a mirar el éxito de China. 

Por otro lado, la escasa conexión de la ciudadanía con la clase política, en tiempos donde todos están conectados hasta con su perro, termina por posicionar a los políticos como una clase alienada carente de coordenadas comunes con la población. Esa falta de identificación termina por socavar la confianza en el sistema. Los partidos políticos, que otrora fueran el canal de comunicación de la población con la política, han perdido ese rol. La población no comprende el funcionamiento del sistema dado que el sistema ha perdido su funcionalidad. Así, terminan entregando sus votos a quien les da bola, aunque las ideas sean perjudiciales, trágicamente ilustrado en todos corriendo a repartir fondos de pensiones y construir zanjas. 

¿Apaleamos entonces al autoritarismo y al populismo? Todo lo contrario, aprendamos de ellos. Tomemos sus propuestas de valor, e incorporémoslas en un diseño político en el marco de una democracia liberal y representativa, pero de manera sostenible. Incorporemos reglas e incentivos que fuercen a los actores políticos a resolver las prioridades de la población pensando en el largo plazo. En forma análoga, creemos mecanismos de participación ciudadana en la escala e instancias adecuadas. Esto no se traduce en referéndums sobre toda ley, pero si en consultas acotadas para establecer prioridades comunales, asignar escalas de valores para ciertos proyectos y presupuestos participativos.  

Podemos perder frente al enemigo, o aprender de él. 

Columna originalmente publicada por Diario Financiero

https://www.df.cl/opinion/columnistas/autoritarismo-o-populismo

Tomás Sánchez V. 

Autor Public Inc. 

Investigador Asociado, Horizontal