«Mejor que se queden callados», es lo que se escucha a los pasillos y chats, al preguntar sobre la opinión de la clase empresarial. Al parecer, el desprestigio y la animadversión hacia los grandes empresarios, ha generado un consenso de que lo mejor es que no hablen. ¿Sobre qué?, sobre lo que sea. Mejor que pasen piola. 

Lo paradojal, es que esta no es la opinión de grupos radicales, ni es cancelación, intolerancia o un atentado en contra de la libertad de expresión desde la fanaticada revolucionaria. Es el punto de vista de emprendedores, gerentes, profesionales y personas afines al mundo empresarial, que ven en su mejor interés que los líderes empresariales no se pronuncien. En los cafés de Isidora Goyenechea, no en las tertulias de la Convención, es donde se escucha que «la mejor campaña del Apruebo es que los empresarios llamen a rechazar». 

Por otro lado, algunos podrán decir justamente lo contrario: es la intolerancia de la mayoría la que no les permite plantear sus ideas, y siendo pragmáticos, no les queda otra que callar. Y si bien podría haber una cuota de realidad en esto, no es el asunto de fondo en este caso en particular. El problema que enfrentamos es que la sociedad no percibe que los intereses de los empresarios estén alineados con los del resto de la población, sino que justamente lo contrario: piensan que en los directorios solo se discute sobre cómo aumentar las utilidades, en desmedro de trabajadores y comunidades. Tienen en su recuerdo el silencio frente a los casos de colusión, en contraste con el escándalo que se arma cuando se habla de cualquier regulación. 

Es catastrófico que jugadores tan claves en el desarrollo del país, tengan que guardar silencio y restarse del debate. Todos pierden: empleados, clientes, proveedores, comunidades y empresarios. Es decir, la sociedad en su conjunto. Es hora de que, quienes forman parte de este rubro, con el mismo ingenio que han sabido construir empresas, hoy sepan reconstruir su reputación. Es un camino largo, pero que vale la pena. Uno que se forja con más acciones que palabras. Con más consistencia y consecuencia. Uno que con juicio crítico busca las mejores estrategias y herramientas para alinear los intereses privados con los públicos. Porque nuevamente, apelando al pragmatismo propio de los negocios, no queda otra. 

Resignarse al silencio puede ser una estrategia apropiada en el corto plazo, pero una desastrosa en el largo. Es preparar el terreno para que a la vuelta de la esquina aparezca un populista y cargue contra las empresas de una y otra forma. Es permitir que, frente a cualquier idea en contra el emprendimiento, todos levanten la mano para apoyarla. Es permitir que alcance categoría de verdad la percepción de que las empresas son malas, y los empresarios unos ladrones. Y como dicen por ahí, las verdades no se discuten, y si llega ese minuto, no dará ni para debatir. Existe por delante una batalla cultural esencial en torno a la legitimidad de hacer empresa, y no podemos dejar de darla. 

Es hora que el mundo empresarial, desde emprendedores hasta presidentes de directorios, se comprometan con esta causa: revindicar el que hacer empresarial. Un desafío tan dantesco como esencial para el desarrollo de nuestro país. Uno que dará para discutir desde la ética al hacer negocios, hasta cómo atender clientes. Nos obligará a repensar nuestras cadenas de creación de valor y nuestras relaciones con las comunidades. Una tarea que requerirá de consensos estratégicos y trabajo en conjunto. Tendremos que invertir tiempo y recursos en recorrer el camino que creemos. Tendremos que liderar con el ejemplo para demostrar que las empresas son claves para el desarrollo de una mejor sociedad. 

Columna originalmente publicada por Diario Financiero

https://www.df.cl/opinion/columnistas/calladitos-se-ven-mejor

Tomas Sanchez V. 

Autor de Public Inc 

Investigador Asociado de Horizontal