El presente balotaje entre los extremos del espectro político presenta una añeja elección entre estado y mercado. Frente a las demandas ciudadanas levantadas hace dos años, un sector presenta soluciones desde el aparato estatal, mientras que el otro declara que la clave de la prosperidad se encuentra en las empresas. Abordando este último, la verdad es que falta bajar la pelota a piso. Se hace urgente tangibilizar y diseñar mecanismos concretos que hagan del mercado un vehículo de prosperidad. Por sobre eso, es necesario poner la plata donde está el discurso. Basta de inversiones neutrales, porque nunca lo han sido: los invito a invertir políticamente. 

El actual candidato republicano ha brillado por un discurso de seguridad, que, combinado con un atractivo carisma, lo tiene en segunda vuelta. No ha sido su énfasis en el ideario de mercado propiamente de derecha el que lo tiene ahí. Su eje semántico en torno a la libertad rememora la promesa ochentera de poder emprender sin restricciones. Lo hace apelando a la cada vez menos relevante concepción de libertad negativa: que nadie te niegue la posibilidad de hacer algo. Sin embargo, la sociedad hace tiempo le perdió la fe a la “formalidad” de poder emprender. En cambio, prefiere hablar de la “posibilidad” de poder emprender. Menos oportunidades formales y más alternativas reales. Lo relevante es la libertad positiva. Y de ella, hay que hacerse cargo desde el sector que reconoce en las empresas y el mercado como vehículos de prosperidad. 

Del otro lado del pasillo –la izquierda– históricamente ha reclamado sobre cómo el poder económico es fácticamente uno político. Ese discurso incomoda, porque los negocios supuestamente son ajenos o neutrales a la política. Son privados, no públicos. Según Friedman, el fin de la empresa es aumentar sus utilidades, no abordar problemáticas sociales. De hecho, su rol social consiste precisamente en dedicarse a lo primero. Y si bien todo ese discurso suena bien en la teoría, no se condice con la práctica. En nuestra sociedad, las empresas son protagonistas, no un actor secundario o privado. En la calle, las empresas son instituciones políticas que definen, para bien o para mal, la vida de las personas. De cara a la rentabilidad o del impacto social y medioambiental, no da lo mismo dónde invierte un grupo económico o quién es el gerente general de una empresa. Los grupos económicos, les guste o no, son tácitamente un poder factico. Las empresas son una institución o vehículo político. Y debiera generarles mucha honra.  

Desde esta realidad, a sacar pecho, poner agenda y liderar con el ejemplo. Defender el ideario de derecha no es votar por los candidatos del sector, sino que construir una realidad que se condiga con su ideario. Contribuir con una economía equilibrada que efectivamente contribuya a generar condiciones de posibilidad para que los ciudadanos tengan libertad real. Liderar empresas en forma consecuente con la ética personal, familiar y con el proyecto político que se defiende. De lo contrario, la libertad deviene en privilegios, y se la percibe con nombre y apellido: para los amigos del candidato y la elite económica. Negarlo con palabras y una narrativa elocuente, es análogo a decir que el Estado lo puede resolver todo, sin modernizarlo. Un discurso vacío y poco creíble.  

Para defender el punto de que el mercado puede entregar libertad a miles de compatriotas, es necesario que las lucas no intenten ser neutrales, sino que deliberadamente busquen el desarrollo del país. Invirtamos y emprendamos políticamente para respaldar nuestros ideales. 

 

Columna originalmente publicada por Diario Financiero

https://www.df.cl/opinion/columnistas/lucas-no-neutrales

Tomás Sánchez V. 

Autor Public Inc. 

Investigador Asociado horizontal