No se ustedes, pero prefiero la competencia antes que la regulación. La regulación es la constatación final que, frente a la imposibilidad de lograr un mercado eficiente, no queda otra que meterle mano en busca del bien social. Por eso es que, quienes estamos convencidos que el mercado es un sistema para resolver problemas y asignar de recursos, rasgamos vestiduras en pos de la competencia. Sabemos que un mercado exigente potencia la productividad, la innovación y el desarrollo de un país.
Por lo mismo, muchos apoyamos que una nueva Constitución asegure la independencia del Banco Central, la existencia de un Tribunal Constitucional y una gobernanza adecuada para la Contraloría y el Servicio de Impuestos Internos. Son instituciones claves para asegurar un buen contrapeso y funcionamiento de los poderes dentro del Estado. Y dado que estamos diseñando las reglas del juego y cuidando el balance del poder en nuestra sociedad, sería hipócrita e irresponsable no cuidar el mercado. Como parte central de nuestro andamiaje social y económico, es clave mandatar a través nuestra carta fundamental, lo importante de que exista un mercado eficiente y competitivo, junto con fortalecer las instituciones que lo resguarden
Darle rango Constitucional al Tribunal de Libre Competencia, es declarar lo importante que es una buena economía de mercado para nuestro país. Es defender sin medias tintas en que creemos que quien haga mejor la pega debe recibir los beneficios por ello, pero también que quien haga trampa está atentando contra la legitimidad del mercado y el bienestar de la sociedad. Celebramos quien, entregando un excelente servicio, le vaya muy bien; mientras condenaremos a quien use su poder de mercado para evitar que otros le compitan libremente o ejerza dicha posición dominante en otros mercados. Aplaudimos que Google sea el mejor buscador y se gane el 90% del mercado, pero evitaremos que gracias ello compita deslealmente en la industria de los servidores, arrojando ciertos resultados de búsquedas antes que otros para su conveniencia.
Cuando el mercado falla, aparece el Estado y la regulación. Buen ejemplo es el de Israel, donde la concentración económica llegó a tal nivel que 24 grupos económicos controlaban el 64% de la Capitalización Bursátil. Así fue como todo terminó con una ley de Anti-Concentración económica promulgada el 2013, evitando que grandes grupos económicos participaran del mercado financiero y el sector real, teniendo que optar por uno, y prohibiendo los esquemas de propiedad piramidal. Los resultados hablaron por si solos, bajaron desde los planes de celulares hasta las tasas para prestamos. Se dinamizó el mercado financiero y su ecosistema emprendedor es de los más innovadores del planeta. Buenas noticias: la competencia, el comercio y la desconcentración económica, efectivamente traen prosperidad y bienestar a la población, tal como Adam Smith lo predijo.
Para que exista competencia, alguien tiene que ocuparse activamente de ella. Si los mercados perfectos aparecieran solos, no necesitaríamos tribunales y no existirían las estafas. Sabemos que la concentración económica, colusiones y abusos de posiciones dominantes coartan la innovación y productividad. Y sin estas últimas, es imposible desarrollarnos. Dado que creemos que un buen mercado es tan importante como un buen Estado, exijamos esa Institucionalidad en la Constitución.
Columna orginalmente publicada en Diario Financiero
https://www.df.cl/noticias/opinion/columnistas/tomas-sanchez/que-no-le-falte-competencia-a-la-constitucion/2021-03-03/190444.html