La democracia liberal esta cuestionada y no la tiene fácil. Autoritarismos y populismos con herramientas efectivas se presentan como sistemas alternativos, que si bien en la teoría, practica y el largo plazo conocemos sus defectos, atrapados en el paredón, en el pragmatismo de la inmediatez, es fácil caer en ellos. Si bien la caída del mundo de Berlín marcó el fin de una época en la historia donde se enfrentaron dos ideologías antagónicas, a su vez dio el pitazo inicial para escudriñar al vencedor.  

Antes se contrastaban dos proyectos que iban en direcciones opuestas, fundados en creencias y valores incompatibles. Es decir, dentro de un espectro de 360 grados en alternativas, unos iban al sur, mientras otros clamaban por el norte. Sin embargo, hoy la discusión política es más compleja, cuando debe darse en términos más refinados que simplemente apostar por diferentes puntos cardinales. Cuando el rango de alternativas se acota, y se logran ciertos consensos en los fines, es necesario hilar más fino en la discusión, el desafío a su vez es mayor en cuanto a explicar la diferencias y virtudes en un mar de tonos grises, frente la facilidad de antaño donde el mundo se entendía en blanco y negro.  

El problema adicional que enfrentamos hoy, es que la afirmación del párrafo anterior, lo es cada vez menos. Es decir, la percepción que tenemos sobre la distancia ideológica entre alternativas, no es similar a través de la sociedad. Es así, como hoy se presentan como antagonistas, corrientes políticas que a la luz de 30 anos atrás habrían sido consideras cercanas; la brecha entre generaciones ayudan explicar esta diferencia en percepción.   

Sin embargo, hoy de la mano de la tecnología, se ha puesto en riesgo de extinción uno de los cimientos de nuestra vida en sociedad: el sentido común. Ya lo decía Kant hace más de doscientos anos, necesitamos de un entendimiento común sobre los fenómenos que enfrentamos, como base para la discusión política. Sin pretender encontrar absolutos sobre naturales, es indispensable para poder acordar que está bien y lo que está mal. Poder sostener una discusión y evaluar alternativas bajo los mismos parámetros y puntos de referencia. Sin ellos, se hace muy difícil el mutuo entendimiento, es como intentar comunicarse entre personas que hablan diferentes idiomas, o interpretar los números en un plano desde el sistema decimal en contraste con el imperial.  

Mientras titulares llaman la atención en torno a la post verdad y noticias falsas, en paralelo se materializa un fenómeno mucho más complejo y sutil: la fragmentación del sentido común. En la medida que las personas se van relacionando e informando de fuentes similares, dejan de interactuar con quienes piensan diferente a ellos. Al existir una infinidad de medios de información para el gusto de cada nicho, acompañado de relacionarse digitalmente con quienes comparten sus creencias y opiniones, el disenso y lo distinto empiezan a ser una rareza.  

Lo anterior nos genera dos problemas: por lado se empiezan a generar burbujas de información que decantan en nichos de sentido común. Por otro, la incapacidad de dialogar y buscar consensos con quienes piensan diferente, ya que se va perdiendo la practica de empatizar con lo distinto y esforzarse por entender puntos de vista diferentes. Si estamos constantemente rodeados de contenido que confirma mis creencias, perdemos la habilidad de respetar a quien piensa diferente y estar dispuesto a cambiar de opinión. 

A fuego lento, sin darnos vamos conformando una sociedad donde físicamente vivimos juntos, pero mentalmente estamos a varios kilómetros de distancia. La tolerancia y diversidad de la que tan orgullosos estamos, se transforma en una carcaza superficial, cuando consideramos al otro el enemigo por simplemente pensar distinto, a pesar de ideológicamente ser primos hermanos.  

Antes la sociedad, descansaba en distintas instituciones para conformar un genuino sentido común a lo largo y ancho de la sociedad; unos pocos medios de comunicación, autoridades interpeladas y legitimadas, y la ciencia, que más allá de sus sesgos de cada época, ofrecía un anclaje en lo empírico. Estas instituciones acompañadas de una comunicación lenta e imperfecta, pero transversal, permitían que todos discutieran mas menos en los mismo términos y las palabras tuvieran el mismo significado. Esto contrasta con el peligroso escenario que enfrentamos: tantos medios de comunicaciones como opiniones, estudios a gusto del consumidor y autoridades que se acomodan a las encuestas más rápidos que a sus creencias.  

Tenemos un problema esencial por delante: la incapacidad de entendernos, y por ende, la inefectividad de la política como mecanismo para resolver nuestra diferencias. La fragmentación y fin del sentido común es algo mucho más serio que interesante. Es una amenaza directa a nuestra paz y desarrollo. No sirve de nada compartir la misma lengua y país, si somos incapaces de lograr acuerdos y percibirnos como complementos.  

 

Columna originalmente publicada por La Tercera

https://www.latercera.com/la-tercera-sabado/noticia/columna-de-tomas-sanchez-el-fin-del-sentido-comun/TNYGAHEFKZAKPMRX6Y7AOAIUZI/

Tomas Sanchez V. 

Autor de Public Inc 

Investigador Asociado de Horizontal