¿Por qué cuesta tanto condenar los abusos de carabineros y al mismo tiempo condenar la violencia enfáticamente en la misma frase? ¿O defender el rol del Estado al mismo tiempo que exigimos que este sea eficiente? Lo mismo pasa cuando hablamos de las virtudes y puntos bajos del mercado, de las AFP, del sistema de salud o cualquier asunto público. Al parecer la sensatez y moderación no están de moda. Mejor la cuña extremista, el ataque sin matices, la condena irrestricta propia del fanatismo e ideología sin argumentos ¿quién puso de moda la polarización?

Dicen que todo es responsabilidad de nuestra amígdala. Ella es la glándula que nuestro cuerpo entrenó durante los últimos 100 mil años para detectar el peligro y ponernos en modo de alerta cuando corremos peligro. Por lo tanto, prestamos atención a aquellos estímulos que son reconocidos como riesgosos y así activamos lo que sea necesario para arrancar. Por eso nos damos vuelta involuntariamente cuando escuchamos un ruido sorpresivo, o nos detenemos a leer una noticia sobre un nuevo virus mortal al otro lado del planeta, a pesar de no entender nada de biología. Por que eventualmente nos podría poner el riesgo.

Lo anterior se ha visto potenciado por el sesgo que generan los algoritmos de las redes sociales. Estos, buscando darnos en el gusto, nos muestran cada vez más los posteos o noticias más afines con nuestras preferencias y creencias. De esta forma, poco a poco empezamos a percibir una realidad – o burbuja – con menos matices, donde aparentemente todos piensan como uno, salvo las excepciones que suelen ser muy distantes y donde la novedad es el rechazo que genera.

Así, nuestros queridos políticos, quizás sin tanta versatilidad en la biología, pero si en la adaptación propia de todo animal que busca sobrevivir – en tándem con los medios que persiguen lo mismo – tras varias iteraciones de prueba y error, descubrieron que les iba mejor con frases incendiarias y posturas infranqueables. Mejores titulares y discusiones mas acaloradas los ponen en la palestra, ganan minutos al aire y clicks en las redes sociales, catapultando sus carreras y su próxima reelección. No solamente de buenos debates vive el hombre.

La culpa no es sólo del chancho, también de quien le da el afrecho. Cada vez tomamos decisiones sin reflexionar y respondemos automáticamente. Todo bien si nos pasa con unas noticias ¿Pero cuando votamos también? Como explica Kahneman, premio nobel de economía en su último libro, es clave diferenciar que sistema de pensamiento debemos utilizar en cada instancia ¿El rápido y automático o el lento y reflexivo? El primero es el más utilizado y donde tiene mayor influencia la amígdala, pero es el segundo, que es poco frecuente, al cuál debiéramos recurrir cuando necesitamos deliberar sobre futuro de nuestra sociedad. Cuidémonos que tantos pensamientos gatillados automáticamente, nos terminen de convencer de una idea poco razonada.

Los desafíos a los que tenemos por delante son complejos y es primera vez que como humanidad nos enfrentamos a ellos. Probablemente ninguna respuesta es blanco o negro. Hay mucho espacio gris donde reflexionar y explorar para llegar a puerto. Difícil es que la primera idea sea la correcta (o todos seríamos genios y viviríamos hace rato en el mejor país del planeta), entonces démosle espacio a la discusión y la construcción en conjunto. Pongamos de moda el diálogo y la reflexión de cara a construir nuestro país. Aportemos al debate con posturas que rescaten lo mejor de lado y lado, sabiendo poner al país por delante, antes que nuestras posiciones originales.

Tomás Sánchez V.

Columna publicada originalmente en Diario Financiero