La mía fue nacer en Vitacura. Padres con tiempo para dedicarme durante mi desarrollo, ir a un colegio particular pagado más cerca de la cordillera que del mar y una familia con un buen pasar. Fisiológica y estadísticamente, nací igual que miles de compatriotas, contextualmente no. Pocos años después, menos aún. Diferentes estudios muestran como después de un par de años ya hay diferencias motrices y cognitivas significativas entre niños de diferente nivel socioeconómico. Graduarme de una buena universidad no estoy seguro de que haya sido tanto mérito propio, como de mi suerte y código postal.

Históricamente el relato ha ido en torno a la meritocracia, igualdad en el acceso a oportunidades y el progreso económico-social. Quizás, no tan curiosamente, un sector de la sociedad no ha cuestionado, ni debatido estos valores y el consecuente contrato social. Sin embargo, los últimos meses, nos obligan a hacerlo. La clásica dicotomía planteaba la justicia por un lado y la libertad por el otro. Comunismo versus libertarios, pero en el medio hay bastante gris donde discutir, aunque torpemente caemos en la sobre simplificación de que hay que elegir uno u otro. Hoy una gran mayoría clama por mayor justicia y menor desigualdad. Entonces la pregunta es, ¿Podemos encontrar un mejor equilibrio?

John Rawls, en su famoso libro sobre la teoría de la justicia, invitaba a hacer la siguiente reflexión: cómo querríamos que fuese nuestro ordenamiento o contrato social, si haciendo este ejercicio antes de “entrar” a la sociedad tuviéramos un velo de ignorancia sobre cuál serían nuestras características o condición en ella. Es decir, ¿qué mandato y diseño institucional elegiríamos, si no supiéramos en qué barrio vamos a nacer, si seremos mujer u hombre, artista o ingeniero, bueno para el fútbol o para los libros? Haciendo la pregunta de una forma más simple y práctica, considerando que es completamente azaroso quién seré o en qué familia voy a nacer, ¿en que país me gustaría hacerlo? Intuyo que están levantando más la mano los que prefieren nacer en Finlandia y no tantos en Estados Unidos. Creo que a muchos tampoco les gustaría jugar a la sillita musical en nuestro país.

A muchos nos gustan las estadísticas cuando hay que explicarlas, y menos cuando podrían definirnos. Fácil es hablar de mérito cuando comenzamos la carrera con ventaja. Por lo mismo, reconocimiento esta realidad, creo que vale la pena la reflexión sobre los valores fundantes de nuestro contrato social. No estoy diciendo que la meritocracia no sea un valor importante, pero estar en el top 5 es diferente a ser el primero o el protagonista del relato. De cara a priorizar la justicia, necesitamos ser intelectualmente honestos y humanitariamente empáticos. ¿Quién se anima?

El resultado no se traduce en que tenemos que ser todos iguales, ni en un gran Estado expropiador. Pero si en una sociedad que decide y actúa, vía sus instituciones, en compensar las condiciones de quienes fueron menos afortunados val nacer y les permita ser genuinamente libres en cuanto a la vida que les gustaría vivir. En este escenario, fortalecer y modernizar el Estado para que sea garante de todos nosotros, no sería sólo una respuesta para empatar la discusión sobre la ineficiencia pública, sino que un imperativo que nacería desde nuestro ánimo de hacer justicia para estar tranquilos que podemos nacer donde menos nos plazca. Esa sí que es gracia.

Tomás Sánchez Valenzuela
@TomasSanchezV

Originalmente publicada en Diario Financiero