Chile despertó, pero pareciera que fue un sueño. Por un minuto tuvimos empatía, reconocimos los errores y también lo necesario para enmendarlos. Más allá del orgullo de lo logrado en las últimas décadas, miramos con humanidad a nuestros compatriotas a quienes la estadística no les resuelve lo cotidiano. Con cuestionable vergüenza de lo recorrido, nos animamos a acelerar el tranco y enfrentar los pendientes aún por delante. Contra las cuerdas, y aún así con buena voluntad, se forjó un acuerdo que daba espacio a un profundo y simbólico primer paso. Una nueva Constitución no es la solución a todos los problemas, pero sí nos permite sentarnos a tener una conversación necesaria y ajustar las reglas del juego.

Dos meses después es lamentable ver cómo la polarización se responde con más de esta y no con diálogo. Cómo frente a la complejidad de un escenario más revuelto, la respuesta desde el miedo ha sido la negación y más de uno se empieza a sumar al rechazo de una nueva Constitución ¿Por qué no poner esas mismas energías en construir y dialogar? Hoy, como nunca es necesario defender y desarrollar una cultura democrática. Más y mejor democracia, no menos. Esto es tarea de todos, no solo de los políticos. Y sobre todo, de quienes más fortuna hemos tenido.

¿Dónde está la elite? Empresarios, académicos, líderes gremiales, presidentes de sindicatos y doctores, entre tantos otros. Me sorprende no ver nuevas ideas para mejorar el país, para tender puentes, para plantear nuevos modelos de desarrollo, para conversar y empezar a descubrir y diseñar entre todos el futuro de todos juntos en este pedazo de tierra. Y si las ideas no están claras, seamos humildes para abrir los espacios para que aparezcan y encontrar a quienes sí las tienen. Liderar no implica tener las respuestas, pero sí orquestar para encontrarlas.

En vez de llamar al rechazo, llame a dialogar y ponga sus ideales sobre la mesa ¿A qué le tiene miedo? ¿A que el proceso constitucional se lo tomen unos extremistas? Eso sólo podría suceder si es que “los buenos” se restan del debate y los extremistas convencen a dos tercios del país. La metodología da las garantías para lograr acuerdos que nos ayuden a construir una mejor nación en base a dialogo y consensos. Porque en este caso, el proceso es tan importante como el resultado. Y este es uno que no hemos vivido como sociedad y la mayoría lo considera fundamental. El statu quo está destinado a la extinción y hoy nos toca dialogar para adaptarnos y evolucionar.

Por último, una reflexión para quienes tienen miedo: la mayoría no lo tiene. Las encuestas muestran cómo la población ve con «esperanza» el proceso actual. No sólo el de nueva constitución, sino que de todo este nuevo pacto. Su percepción es que ahora sí se vienen tiempos mejores. Para ellos si hay varias cosas por arreglar y más miedo les da que todo siga igual. Dejemos todos el miedo atrás. Tengamos la conversación sobre que mantener y que cambiar, pero no seamos ilusos de pensar que simplemente por taponear el río, el agua dejará de bajar.

Ojalá, Chile no haya despertado de un sueño pasajero. Ojalá la elite no se vuelva a dormir. La nobleza obliga a estar a la altura de las circunstancias. No a darle la espalda a un país esforzado que ha jugado por las mismas reglas, pero ellas no han beneficiado a todos por igual. Compatriotas que sólo esperan poder tener esa conversación y que no les sea negada la instancia. Contribuyamos cada uno desde donde nos corresponde a propiciar una cultura de más diálogo.

Tomás Sánchez V.

Columna originalmente publicada en Diario Financiero