De a poco, la desigualdad ha dejado de ser tan sólo un número. Antes, tinta sobre papel. Tan capaz de romper corazones, como de no tocarlos. Gatillador de respuestas altruistas y de discursos técnicos. Independiente de la reacción frente a ella, se mantenía puertas afuera. Ya no más. Hoy, la desigualdad toca la puerta de todos, incluso de los más privilegiados. Cuando la vulnerabilidad de millones de compatriotas no les permite hacer cuarentena, la informalidad laboral y el vivir al día, deja de ser un aspecto económico a solucionar, pasando a ser un tema central de la crisis sanitaria.
Tener la necesidad de repartir dos millones y medio de cajas de comida, nos revela que la pobreza está a la vuelta de la esquina para la mitad de Chile. Que la brecha entre la mitad de abajo y la de arriba, es aún demasiado grande. Que haber sacado un 40% del país de la pobreza fue un gran logro de las últimas décadas, pero hoy no es suficiente. Vivir con poco más de 2 dólares diarios, pone en riesgo a todo el resto.
La realidad de que una parte importante de la población no pueda mantenerse en cuarentena, afecta directamente y es un golpe bajo contra la estrategia de cualquier gobierno para combatir una pandemia. Un torpedo bajo la línea de flotación para la salud de todos como sociedad. Esto no es sólo un problema hoy, sino que también mañana; no nos podremos dar el lujo de tener ese flanco abierto. La desigualdad dejó de ser un asunto de discusión moral, de recursos o justicia, pasando a ser un asunto de salud. Antes un sector de la sociedad se podía desentender de otro. Ya no. Cuando a ese sector desvalido le va mal, arrastra a los más acomodados también.
Así, no queda otra que ponernos más creativos y darle sentido de urgencia. Esto no quiere decir tirar la casa por ventana o endeudarse a lo bestia. El camino debe ser sustentable, necesitamos buscar soluciones directas en el corto plazo, entendiendo que probablemente será una ecuación de suma cero al principio, pero agrandará la torta en el largo plazo. Se nos hace necesario transformar la paciencia, que esperaba el crecimiento de la economía y nuevos equilibrios en el mercado laboral, se transforme en voluntad de menos soluciones indirectas y ponerle cabeza a un modelo de crecimiento más inclusivo.
Necesitamos que la empresa sea protagonista en este nuevo camino. Para ello, es fundamental una conexión diferente entre los gobiernos corporativos y los actores involucrados. En particular la comunidad, para reconstruir el tejido social y las confianzas. Vale la pena mencionar a Puente Social, una plataforma para vincular a gobiernos corporativos con territorios y apoya en poner la dignidad al centro de las organizaciones. Crear un nuevo sistema, y una lógica de relacionamiento no transaccional, que defina este nuevo paradigma. La empresa es clave en esta reconstrucción social y económica.
Esto es un desafío tan grande como la crisis sanitaria en sí. Las transformaciones que han llevado a otros países y al nuestro a salir del subdesarrollo, han tomado décadas. Repensar, planificar y coordinar será un genuino y continuo esfuerzo público-privado, que sepa plantear desde nuevos mecanismos redistributivos hasta inversión en industrias claves. Esto no es responsabilidad del gobierno de turno, sino que, de todos, como sociedad y Estado. Es tiempo de hacer equipo, unidad y voluntad como país para abordar este desafío.
Tomás Sánchez V.
Columna publicada originalmente en Diario Financiero
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