Mágicamente todos somos genios. Después del shock inicial, quizás incluso un par de días después de las primeras protestas, nos bajó la humildad y la empatía. Todos reconocimos nuestra ceguera, nos dimos cuenta que habíamos estado sordos a muchas señales, y que era necesario hacernos cargo. Proponer y aceptar cambios estructurales que se hicieran cargo del malestar de la sociedad, de medio millón de jóvenes que no estudia ni trabaja y las miles de injusticias a las que tristemente estábamos acostumbramos.

Dos semanas después, vamos paso a paso de vuelta a la dinámica de siempre. Todos sabemos cómo resolver los problemas del país, de hecho, pero del otro lado no han querido escuchar y no nos han dejado actuar. Ellos no saben cómo funcionan las cosas: nunca han manejado una empresa, ni han negociado con un sindicato. Peor aún, son ciegos a todos los avances que ha tenido el país gracias al modelo actual, y están tan ideologizados que no quieren reconocer las virtudes del mercado. Deberíamos explicarles a todos cuanto hemos avanzado, y listo. Del otro lado, pareciera ser esta es la oportunidad para dar vuelta el tablero. Todo es culpa del modelo neoliberal que trasformó ciudadanos en consumidores y mejor que el Estado se haga cargo de nuestros males. AFP e Isapres para la casa, le subimos los impuestos a las empresas porque se puede y llamemos a una asamblea, que con una nueva constitución se resolverán nuestros problemas.

Ya pue’… pongámonos serios, cortémosla con la soberbia y las sobre simplificaciones. No podemos volver a la receta que nos trajo a esta crisis. Es fundamental que establezcamos un diálogo honesto, con voluntad de escuchar y hacer concesiones. Nadie es dueño de la verdad y existe evidencia de ambos lados para darle la razón a ciertas iniciativas. El cuestionamiento a las AFP viene escalando hace años y recién el último se abren a un cambio aritmético que desde dentro debiese haber sido propuesto 20 años atrás. La miopía generó polarización y ahora quieren pitearse el sistema completo ¿Qué costaba sentarse antes a la mesa de buena fe, resolver diferencias y derribar ideologías de lado y lado?

Hagámonos cargo de que una parte de la población no legitima a la empresa como vehículo de bienestar. “Puede ser una caja pagadora de sueldo, pero nos fregaron con los pollos, el papel higiénico y los remedios”. Unos pocos dañan la reputación de muchos, pero esos pocos no se fueron presos, mientras el que roba en un supermercado sí. Ahí está la bronca que en las encuestas pide cárcel para delitos de corrupción y colusión. El mea culpa no puede ser sólo semántico, sino que real. Las “oportunidades” de negocio, si van en desmedro de la mayoría de la población, ya no son legítimas. Las externalidades negativas y las rentabilidades sobre normales, si no son corregidas a tiempo, terminan para destruir el sistema completo. Pasó con las pensiones ¿Vamos a dejar que pasé con Salud, Infraestructura y otras? Sólo haciéndose la empresa realmente responsable, es que puede mostrarse como una buena alternativa a la operación del Estado.

Por otro lado, los países exitosos han llegado al desarrollo con un Estado fuerte capaz de redistribuir. No más burocracia, pero sí más transferencias. Ese ha sido el mecanismo para perfeccionar un sistema que entiende el mercado como fundamental, pero también sus injusticias. Ese proceso de ajustes esta hoy en manos de un equilibrio social débil donde el diálogo sordo ya llevó a países vecinos al descalabro. Si no queremos terminar ahí, cuidemos lo que hemos construido abriéndonos a conversar. Por que cuando no hay diálogo, viene el populismo y todo termina mal.

Tomás Sánchez V.

Columna originalmente publicada en Diario Financiero