Llevamos años hablando sobre cómo la clase política está mal evaluada, pero… ¿Cómo andamos por casa? En la última encuesta CEP, sólo el 14% de las personas tiene bastante o mucha confianza en las empresas privadas. Discúlpenme, pero es un desastre. ¿Cómo es posible que las instituciones que entregan diariamente soluciones y donde la mayoría de la población trabaja, sea desconfiada por un 86% de ella? La respuesta rápida es que los delitos de pocos han manchado la reputación de muchos, sin embargo, creo que la respuesta es más cotidiana y profunda.

La columna de Daniel Matamala la semana pasada me dolió, sentí pudor. ¿Tiene razón al decir que el empresariado ve al resto como simple mano de obra? Tenemos una conversa pendiente sobre ética. Hemos disociado el hacer negocios de las normas morales. Ellas se discuten en misa y al legislar, pero no al ganar plata. Mientras sea legal, se ejecuta y no se piensa dos veces. Así no se puede. O, mejor dicho, sí se puede y nos ha traído a donde estamos. La ausencia del debate ético en las escuelas de negocio y en el día a día de nuestras empresas, es parte del problema.

La ética es compleja. No por ello debemos obviarla, sino que, por el contrario, continuamente escudriñarla. Dada la cantidad de aristas y potenciales consecuencias de cada decisión, es importante debatirlas y explicarlas. Todos quienes estén convencidos que es razonable que su empresa tenga un retorno sobre la inversión de un 20%, mientras paga sueldos de 400 mil pesos, que de un paso adelante y lo explique. Seguro tendrá buenas razones.

No escondamos esa discusión, parte del problema ha sido el pudor de hablar sobre números y consecuencias. Abramos el naipe y argumentemos en reuniones con sindicatos, hasta cartas al director. Cuando esto no pasa, es una ilusión pensar que esa conversación no se da o que los datos no se saben. La discusión ocurre igual, solo que a los empresarios no los invitan y les notifican en la próxima encuesta o elección.

Pongamos sobre la mesa por qué se toman las decisiones, considerando no solo potenciales costos y beneficios, sino que sus implicancias sociales. Reducirlas meramente un asunto económico es lo que disocia a la empresa de la sociedad. Ella no sólo valora la prosperidad, sino que también la justicia y el mérito. Entonces si algo no es percibido como justo, pierde legitimidad y pone el riesgo la rentabilidad. La empresa es solo el mejor invento de la humanidad en la medida que es capaz de generar valor compartido y distribuido.

La justicia es clave en la estabilidad de todo contrato social. Desde cazadores-recolectores que distribuían sus ganancias porque no sabían como les iría ese día, hasta llamarle fortuna a la suerte y a la acumulación de riqueza. Sabemos que hay una combinación entre mérito y azar. Por lo mismo, fue revolucionario el mercado como contrapunto al feudalismo; por su promesa de mérito y desconcentración del poder. Sin embargo, cuando la percepción de la ciudadanía que hoy el mercado es justamente lo contrario, pierde toda legitimidad. Deja de ser un justo asignador de recursos y es visto como un juego arreglado que perpetúa una desigualdad desconectada del mérito.

Es miope pensar que la calculadora tiene las respuestas. Enfrentemos con profundidad los dilemas sobre lo correcto e incorrecto. Argumentemos y discutamos nuestras decisiones de negocio. Sólo así iremos construyendo consensos en torno a una ética que devuelva la confianza en las empresas.

 

Columna originalmente publicada por Diario Financiero

https://www.df.cl/noticias/opinion/columnistas/tomas-sanchez/se-nos-olvido-la-etica/2021-05-04/180735.html