La crisis actual nos ha enseñado una importante lección, lo que se siente ser vulnerables. En primera persona ser consientes que podemos perder a un ser querido cuando no estábamos preparados, que a pesar de gestionar bien mi empresa la podría perder en un par de meses y que mi trabajo no está asegurado, aunque haga bien la pega. Muerte, quiebras y despidos le dan el tono subyacente una situación a la que no estábamos acostumbrados.

Esa angustia es sin duda aún peor cuando no se vive sólo un par de semanas o meses, sino que varios años o una vida entera. No debe ser fácil pensar que, si se me enferma un hijo, asegurarle una buena atención médica me puede llevar a la quiebra. O que, si a mi me pasa algo grave, mi familia no tiene ahorros, ni una buena red de apoyo. Estar consciente que, frente a cualquier evento azaroso, podría perder en pocos meses lo que ha costado una vida construir. Así vive la mayoría de Chile todos los días. Trapecistas sin red.

Hoy no nos queda más que constatar la realidad, todos somos vulnerables. Somos un animal frágil que ha logrado destacar frente a otros gracias a la colaboración y al saber construir comunidades que evolucionaron en civilizaciones. Necesitamos del otro para ser fuertes, es lo que nos ha dado una ventaja como especie y hoy necesitamos recordárnoslo más que nunca frente a los desafíos que vienen. Más importante aún en tiempos de recetas de titular, de soluciones simples a problemas complejos y en una cultura del sálvese quien pueda. En tiempos cuando muchas veces el individualismo destaca en el relato y la competencia es la solución a todos los problemas, no queda más que reconocer que hoy el trabajo en conjunto e interdisciplinario es el camino correcto.

Las últimas semanas nos revelaron lo miope y mezquina de nuestra discusión durante décadas. Sabiendo que la salud pública era probablemente la institución peor administrada del país, unos simplemente decían más Estado, mientras otros argumentaban que menos. Pusieron la ideología delante de los bueyes y ninguno se enfocó en en lo importante: en resolverlo. Y es que cuando falla el Estado pierden lo que menos tienen, igual que cuando hay crisis, y una de las peores consecuencias de esta será el aumento de la desigualdad. Todos perderemos, pero quienes tienen menos perderán mucho más. Esto, no es un problema de otros, es un problema de todos. Porque cuando una pata de la mesa está coja, nadie come bien.

Nuestro futuro necesita de todos, políticos y empresarios, investigadores y funcionarios públicos, estudiantes y emprendedores, ecologistas y profesores. Saber articular el conocimiento y capacidades frente a los múltiples desafíos de salud, económicos y sociales que tenemos por delante. No caigamos en una discusión miope y de suma cero. Abordemos lo que como país tenemos por delante con altura de miras, empatía y confianza en el otro. Quien, aunque tenga una idea diferente a la mía, se siente igual de vulnerable y por lo mismo compartimos la meta. Juntos somos más fuertes.

Tomás Sánchez V.

 

Columnas Publicada originalmente en Diario Financiero