Twitter se lo compró Elon Musk y parece que no da lo mismo. Sin entrar en los por menores de la compra, sobre cómo después de echarse para atrás de su oferta, ha pasado piola como lo obligaron a ejecutar la compra, la noticia hoy es que, si se cobrará a los usuarios, o no, por usar Twitter. Cuando la verdad es que debiéramos estar conversando sobre implicancias menos noticiosas y más esenciales.
Nos guste o no, Twitter hoy es lo más parecido que tenemos a una plaza pública digital. Es la plataforma donde todos van a plantear sus puntos de vista. A pesar de ser relativamente pequeña, con 430 millones de usuarios versus los billones de Facebook, YouTube, Instagram y TikTok, Twitter es la que sin duda el punto de encuentro de ciudadanos desconocidos. Si bien no fue originalmente creada para eso, se ha transformado en el lugar donde la sociedad se junta a discutir. Tanto así, que marca la agenda de la discusión pública, es un canal oficial más y lo twitteado termina impreso.
Nos hemos acostumbrado a que se den discusiones importantes en la tierra de pajarito que impactan la discusión de proyectos de ley en el congreso, o que trending topics le sugieran a gobiernos destituir ministros recién nombrados. Lo que no vemos, es que eso es gracias a un delicado equilibrio, no excepto de debate y polémica, en torno a como está calibrado el algoritmo detrás de Twitter. Dicho en términos cotidianos: el nivel de censura y prioridad de mostrar ciertos contenidos, y su consecuente impacto en la discusión política, es decido por alguien o algo.
El contrapunto más claro es China, donde Weibo – el Twitter de por allá – tiene sendos equipos dedicados a la censura, cuando la inteligencia artificial no es suficiente. Una plataforma donde si se descarrila un tren es como si nunca hubiese ocurrido, o donde el nombre de su presidente no puede ser nombrado, ni cualquier alusión a él. Así es como el Partido Comunista Chino le da forma a la realidad que quiere crear, comenzando por lo que las personas discuten y piensan.
Esa delicada línea editorial neutra, si es que eso es posible, que Twitter había intentado sostener hoy está en tela de juicio. Si bien Elon Musk ha declarado ser un libertario acérrimo y estar en contra de cualquier tipo de censura, también es cierto su hambre por protagonismo y ganas de involucrarse en todos los temas. Buena polémica se ganó con su simplismo al abordar como resolver la guerra en Ucrania, donde el presidente de dicho país salió a interpelar a Musk. De la misma forma que en los últimos días se ha dedicado a responderle a políticos y celebridades sobre su intención de empezar a cobrar en Twitter. Más allá de sus buenas intenciones, es difícil situar al fundador de Space X como garante o arbitro imparcial.
¿Y por qué hablamos de él y no de su empresa? Por la ausencia de gobierno corporativo, lo que sugiere que la plataforma podría parecerse más a un hobbie o juguete político, más que una institución responsable que busca rentabilidad al mismo tiempo que entiende el delicado rol social que cumple. Sin duda, en caso de tomar malas decisiones, el mercado operará, y la discusión pública se trasladará a otro lugar, pero los costos de transacción y distorsión serán dignos de estudiar.
Hoy sin duda se está formando un nuevo equilibrio político entre democracias liberales, corporaciones y regímenes autoritarios, todo con un distópico ingrediente en torno a la descripción de la realidad cuando dependemos como nunca de la interacción digital. “Los algoritmos están cambiando” escuché decir el otro día por ahí, no vaya a ser que nos cambien a nosotros también.
Columna originalmente publicada por Diario Financiero
https://www.df.cl/opinion/columnistas/el-twitter-de-elon-musk
Tomás Sánchez V.
Autor de Public Inc.
Investigador Asociado, Horizontal